
Con el pánico impregnado en el cuerpo y un sudor frío la punta de mis dedos y la palma de mis manos, levanté el tubo del teléfono. Una atmósfera de intriga y desesperación se percibía fácilmente en mi casa y me siento infinitamente culpable de ser “yo” la raíz de todo ese miedo y preocupación general. Me siento enteramente culpable de ser yo, ¡yo! Antonio Gómez, el imbécil que dejó que se llevaran a mi hermana.
13 de abril del 2004
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