Caían sobre la mesa, rebotaban contra el suelo y daban varios giros en el aire. El conejo se oculto dentro de la galera, asomándose expectante. La escavadora devolvió los dados a la mesa con su inmensa pala. El árbitro del juego levantó su brazo mecánico y dijo:
-Va de nuevo.
Nervioso y rígido, volví a tirar los dados. Una vez que dejaron de danzar, los números de las dos caras superiores fueron:
-Seis y cinco, once. Ganador, ¡el soldadito de plomo!
Entonces el corredor de autos dio un fuerte golpe sobre su coche y me cedió unas tres vueltas en él.
Me sentía “campeón mundial”, así como un niño.
Inspirado en el exelente trabajo de un grabador, invitado en aquel entonces al taller de literatura.
How happy is the blameless vestal’s lot! The world forgetting, by the world forgot. Eternal sunshine of the spotless mind! Each pray’r accepted, and each wish resign’d.
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