martes, 29 de mayo de 2018

El único punto rojo

Daniel no paraba de hablar, tranquilo, pero apenas se detenía a escuchar las preguntas que le hacían. Inmediatamente y con total seguridad, se precipitaba a responder. Él quería que la encuentren, a su mujer, que nos vayamos lo antes posible a continuar la búsqueda. Tenía una desazón inmensa en los ojos, la extrañaba. Hacía catorce años que estaban juntos, tenían dos hijos: uno de 11 y la nena de 7. Se estaban quedando de su abuela paterna porque su mamá no estaba para cuidarlos y su papá tomaba mucho últimamente. No la podían encontrar y estaba desesperado, no lo podía soportar. Ana Belén tenía recién cumplidos los 30 años cuando desapareció. Yo era el oficial a cargo de la investigación, en ese momento, mis hijos todavía eran chicos también y mi mujer se estaba por ir de casa. Después de tantas cosas, después del altar, de la familia que construimos, me dejaba. Ya me lo venía avisando y yo no le daba importancia. Por dentro, quería decirle a este hombre que no se ponga tan triste, que seguro lo había dejado por otro tipo, que no sea boludo. Las minas son así, se encuentran uno con plata que no se rompa el culo trabajando todos los días y dejan todo. A mí me daba lastima por los nenes, ¿qué culpa tenían pobrecitos?. Nunca voy a entender como una mujer puede dejar a dos chiquitos sin madre, ¿cómo no los va a querer?. Y además, una vez que los pariste te tenés que hacer cargo, no son perritos que los tiras en un descampado cuando crecen porque te mearon el piso de la cocina y listo, no… Así que yo iba, le hacía preguntas y salíamos después con los muchachos a preguntar por ahí, a continuar con la investigación. Los medios ya tenían su foto y la pasaban en el noticiero, en los diarios, en algún momento alguien la iba a ver y nos iba a avisar. Que hija de puta, pensaba yo, porque mi mujer se fue pero con los chicos. Yo me escapo para llevarlos a la escuela todos los días cuando salimos con el móvil pero ella está con ellos. Pobrecitos, Gastón y Tatiana se llaman los nenes de Daniel.


 Pasaron los meses, se habían encontrado cartitas de un tercero entre sus pertenencias así que no la buscábamos tanto. Pasaron un par de años y no la buscamos más, el marido ya no la lloraba, se había decidido a recomponer su vida y a olvidar. Pobre tipo… Los nenes estaban más con sus abuelos que los querían mucho así que también de a poco, fueron saliendo adelante, que va a ser. Y yo me terminé jubilando, teniendo nietos que no veo como me gustaría, juntándome con los muchachos y con alguna minita de vez en cuando. Agarro laburos de herrería que esta bueno porque me distrae y me deja unos mangos, estoy bastante satisfecho. Miro algo de tele  y ahora me enganché con una serie, por mis hijos viste que tanto me jodieron. Arranque un policial, son todos iguales igual.


 Un día me siento con dos de mis nietos que me los trajo la mamá porque no tenía con quien más dejarlos, a ver la tele y tomar unos mates. Me quedé helado mientras la periodista comunicaba la noticia: habían encontrado el cuerpo de una mujer en una casa comprada recientemente por una constructora para hacer un edificio. Cuando mostraron la cuadra y la zona, no tuve muchas dudas, yo no me olvido nunca de las calles por las que anduve haciendo operativos. Era la casa del tipo, ese que la mujer lo había abandonado y tenía dos nenes creo.


 Un único punto rojo quedó al descubierto cuando alcé mi pie izquierdo para retirarme de esa casa, solo que yo no lo vi. Un único punto rojo sangre, diminuto, evidencia suficiente para confirmar el asesinato de Ana Belén que yacía enterrada en el fondo de su patio. Los paredones de los vecinos de junto eran tan altos que ni ellos ni nadie pudieron haber visto a su marido enterrando el cuerpo. Pobre piba, la puta madre.


Fin.


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