¿Ser o no ser? Ésa fue la cuestión.
De chicos nos gustaba el arte, lo que en realidad para
nosotros en ése momento, era poder dibujar y pintar en la casa de tu mejor
amiga de la primaria con su cajita llena de fibrones, lápices, crayones y hasta
acuarelas mientras ella se aburría porque quería jugar a las muñecas y nosotros
le decíamos: vamos a jugar a que dibujamos. Algunos años después, tantas películas
de fantasía nos llevaron a plasmar nuestra imaginación en pequeños relatos
donde una chica moría y su espíritu vagaba por el lago de un bosque queriendo decirle a su padre que no llore por ella; o dos
jóvenes se amaban en la escuela, se escribían cartas y se las dejaban al pie
del árbol de la plaza del barrio donde habían tallado sus nombres y un gran
corazón. Entonces un día tu mamá te dice “¿no querés que te lleve a un taller
de escritura?”; todavía recuerdo cuando a los cinco años lloraba y le decía que
nunca iba a aprender a escribir, que me era imposible. Ahí es donde creemos que
todo empieza.
Con muchas lecturas
en las clases y solo la mitad de trabajos prácticos terminados en ellas,
empezamos a forjar una pluma propia. Sentimental, tediosamente romántica y
oscura por demás, pero es nuestra y en los textos que escribimos comenzamos a
descubrir que hay algo diferente que a los otros compañeros del colegio les
gusta pero también, que es algo que ellos no pueden hacer. De ahí que creemos
que somos especiales con lo que hacemos y nos gusta hacer. Entre los doce y los
diecinueve años es perfecto: ya sabemos que podemos crear algo que va a atraer
todas las miradas y del que brotará dinero y fama. Algún día… Si, algún día…
Lo que no sabemos es
que a esa edad, la imaginación comienza a volar de nuestra cabeza tan lejos que
ya no podemos tocarla ni mucho menos recurrir a ella cada vez que queramos. Lo híper
tangible se vuelve piel y lagrimas, todo el tiempo. Siempre nuestro amor,
nuestro sufrimiento, nuestras peleas de familia, nuestras pérdidas. La lectura
pasa a otro plano muy lejano, pasamos a leer sólo en el taller y las veces que asistimos,
siempre que no faltemos por dormir luego de una noche larga de almohada mojada
o por quedarnos con la persona que estamos en ese momento, peleando por horas
en la habitación para terminar a los “me muero si te pierdo”.
De todas formas, cada
tanto nos sale de la manga algún manuscrito maravilloso que nos deja
sorprendidos hasta a nosotros mismos y por eso, seguimos soñando con el “algún
día”. Irremediablemente, tantos años de palabras bien usadas y descripciones
profundas se notan en nuestra forma de ser, por lo que llegamos a atraer gente
que, ingenuamente, cree en nosotros pero en vano: nunca más pudimos amar a los
libros más que a nosotros mismos, nunca más salimos de la perdición de habernos
salido de lo que era nuestro camino, pensar por horas y ensayar ideas en
borrador, defender nuestros pensamientos aún sin que nadie nos vea. Una vez
desvalorada la palabra… ¿qué nos queda? Pero bueno, ésas personas increíbles
nos dieron una segunda y tercera oportunidad de volver a las pistas: nos
publicaron un trabajo, nos ofrecieron un espacio en la radio y se volvieron
inolvidables pero, siempre colgamos todo. Hasta llegamos a pensar que con
nuestra pluma y un par de músicos podríamos hacer grandes canciones y llegar a
ganarnos la vida con eso! Pero luego vemos que aún el menos músico del grupo es
un buen lector y escribe mucho mejor que nosotros (sin mencionar a los enormes
pero enormes pequeños ex compañeros del taller que si bien, todos eran menores
a nosotros en cuanto a la edad, se volvieron inmensos en un abrir y cerrar de
ojos, dejándonos con la boca abierta de tanta belleza y genialidad emitida por
sus voces al relatar sus trabajos).
A todo esto (y luego
de un par de años de largas indecisiones) llegamos a la facultad que siempre
creímos que nos devolvería a nuestro origen, que nos forzaría a entrenar de
nuevo nuestros polvorientos dedos para hacerlos brillar como antes, con más
lecturas y herramientas a la hora de pintar mundos, ideas, críticas… Entramos
con la frente alta a la facultad de periodismo y creímos que todos estos
últimos años de no hacer nada iban a quedar en nuestra historia como un pequeño
agujero, pero llega la materia que hasta los que muy bien no saben escribir
promocionan con nueve o diez y el profesor, a la tercer clase, da una lista de
alumnos que no deberían asistir a un taller de escritura complementario y… vos
no estás en ella. Volvemos a nuestra
casa abarrotados de angustia, bronca… Sobre todo impotencia: el tipo tiene
razón. Le basto con leer solo tres ejercicios nuestros para darse cuenta que
somos unos buenos para nada y que
liquidamos nuestro tiempo sin crecer un milímetro, conseguir un trabajo,
ni siquiera terminar un solo maldito año en cualquier carrera de todas las que
pueden estudiarse en la estúpida gran ciudad en la que nacimos! Lo único que
traía en mis bolsillos fue un hijo perdido y un amor que se desvanece de pasión
con los meses. O quizás yo me estoy yendo con ellos a ningún lado… De cualquier
forma, algún día voy a irme con mi hijo dejando o no algo en el mundo.
Para no ser tan
drásticos hablaré de cuando la suerte golpeó nuestra puerta.
Un buen día nos
encontramos juntando papeles muy significativos, tales como “curriculum vitae”
y “analítico” (de secundario completo). No se dejen engañar por lo que la joda
y actos encadenados de problemas que incrementan su volumen puedan querer
enseñarles: esos papeles valen mucho más que el documento de identidad hoy en día
(y si, pasé mucho tiempo sin hacer nada pero un poco mantuve los pies sobre la
tierra). A los meses y gracias a una mujer a la que le debemos la vida y mucho
más llamada “mamá” (la misma que nos
llevó al taller) nos consiguió entrar a trabajar para el estado, trabajo con el
cuál pudimos comprarnos la moto que siempre quisimos y cumplir uno de los mayores sueños habidos
viviendo en una casa con cuatro hermanos más chicos que nunca aprendieron a
callarse lo suficiente y dejar de molestar cuando verdaderamente es
necesario (además de que siempre hicimos
lo que quisimos estén de acuerdo nuestros padres o no): irnos a vivir solos.
Ser o no ser lo que de chicos queríamos ser era la cuestión.
A los veintidós años puedo decirles eso y que en realidad, lo que importa es
quienes somos. Descubrirnos es una tarea que solo termina con la parca, más
larga que cualquier carrera, pero.. Bueno irá en cada uno como quieran tomársela.
Les aconsejo que disfruten de la misma lo más que puedan, que sean todas las
personas que quieran ser, que prueben, reprueben y demás aunque me suena muy
“dicho” toda esta fanfarroneada y lo torné aburrido. ¿Por qué elegí el plural
del yo para redactar lo que están leyendo?. No creo ser la única persona que
haya pasado por circunstancias de éstas características, nunca crean ser “la
única persona que..” sintió un amor tan grande, un dolor tan grande, etc. No se
crean únicos a partir de otros. Además, el nosotros (o nosotras mejor dicho)
viene de que no estoy sola. Me acompaña mi perra Arena mientras escribo éstas
últimas líneas. Ella vino de un terreno baldío del barrio San Carlos, no la
tengo desde que nació. ¿Quién puede decir que no haya padecido las mismas cosas
que yo? Bueno, quizás alguno la haya conocido desde antes pero pocos o tal vez
ninguno podría asegurarlo como tampoco podrían asegurar que seré o no quien quise
ser y que estás dos o tres hojas absurdas de contenido integren el día de
mañana algún libro que muy descaradamente se venderá por las calles, salvo que
ya no se lea y que todo el mundo, en este momento, se encuentre perdiendo el
tiempo jugando en facebook, con sus video juegos o mirando televisión. La
verdad es que un día cualquiera puede hacer la diferencia y la elección es
nuestra.
3 comentarios:
Todavía leemos Aldi... y por suerte sos buena para esto y para muchas otras cosas.
Muchas gracias Ro!! Es importante saberlo :)
Excelenteee nena, me encanto
:-)
La literatura es vida, arte y paz.
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