Walter se había comprado zapatillas nuevas en colores beige, chocolate y con unas franjas celestes. Busco en el ropero aquella remera blanca con escote en v que le ajustaba los hombros, la puso sobre la cama junto a su jean preferido y fue a darse una ducha. Al salir del baño se puso desodorante, se vistió y bajo a comer con su familia. Una sonrisa autentica se dibujaba en su rostro: esa noche se encontraría con Julieta, su amor de la secundaria.
Habían estado de novios tres años, las circunstancias de la adolescencia los separaron pero luego de varios meses sin verse, ambos, sentían lo mismo que cuando decidieron estar juntos: un amor inmenso.
A las once de la noche recibe un mensaje de texto que decía "ya comí, me venís a buscar?". Se termino rápido lo poco que quedaba en su vaso y corrió a abrir la puerta de su casa. Salió a la calle y comenzó a caminar, cada paso que daba era un recuerdo vivo que se cruzaba por su cabeza, como si el tiempo no hubiese pasado, como si nunca hubiese dejado de caminar esas tres cuadras de distancia entre sus casas para verla. Estaba nervioso, sentía que paseaba a su perro, que bailaban bajo la lluvia, que se besaban cada cinco metros, como antes. Era como tenerla caminando a su lado, mirándolo fijamente y esperando sus ojos. Su último encuentro había sido hermoso: no dejaban de reír, de recordar las peleas tontas, los sueños compartidos, las anécdotas vergonzosas. No habían cambiado casi en nada, lo único diferente era que ahora podían reírse de las cosas que antes no los dejaban respirar.
Llegó a su puerta y la encontró abierta. Recordó que los padres de su ex novia irían al cine esa noche, como ella le había dicho, así que pensó que estaría esperándolo ansiosa en la sala de estar. No se molestó en llamarla al celular aún por las dudas de que su padre se hubiese olvidado las llaves de la cochera y estuviese por salir, entro con la confianza que se había ganado en su familia durante toda su relación. Walter la amaba y en casi todo momento, la había respetado mucho.
Cruzó el umbral de la casa, un golpe agudo en su estomago lo desconcertó al ver que todo estaba revuelto: los cajones del modular volteados en el piso, las sillas desplomadas en el suelo, cuadros rotos... Corrió a la habitación del fondo tropezándose, gritando "Julieta" y cayó de rodillas en la entrada: el cuerpo inmóvil de la mujer que amaba yacía junto a la cama rodeado por un charco de sangre. Se acercó, la tomó entre sus brazos y la apoyo junto a su pecho y ella, como si no quisiera, no respiraba. Walter se quebró en llanto, no podía creer todo lo que le habían arrebatado, todos los sueños que tuvo que tragarse como si fueran espinas desgarrando su garganta. Llamo a la policía y a una ambulancia que no pudo hacer más que transladarla muerta al hospital. No podía prestar declaración a los oficiales, estaba en shock. La mirada perdida y mojada regaba lastima por doquier. Supo que había perdido todo.
Lo transladaron a la comisaría donde se quedó toda la noche. Cuando al poco tiempo de su llegada entraron los padres de Julieta, la sala de estar se transformó en un circo de gritos, llantos, desmayos, intentos de golpes en el aire. Ellos le echaban la culpa, él no podía defenderse. El dolor no se lo permitía. Al salir en libertad, luego de varios intentos para que contara su versión de los hechos, fue acorralado por periodistas, micrófonos y cámaras. Su padre, que había ido a buscarlo, tuvo casi que arrastrarlo al auto y salir arando para poder escapar de los medios. Walter solo quería llegar a su casa, sentarse en su cama a observar una foto y dispararse en la cien.
Con los meses la justicia resolvió su inocencia, la chica había sido violada antes de que la mataran de ocho puñaladas y las muestras de ADN de Walter no coincidían con las que pudieron hallar en la escena del crimen. Al enterarse, se destruyó aún más. La madre de Julieta fue a pedirle discuplas, lo abrazo y empapo su hombro con lágrimas pero él nisiquiera pudo devolverle el abrazo. También anunciaron que de la casa no se robaron nada el día del asesinato, lo que inició la hipótesis de que el asesinato fuese algún tipo de venganza: el padre de la joven era un empresario poderoso y con mas de un enemigo.
Era demasiado, ¿quién podría haber sido capaz de cometer semejante atrocidad? ¿de violar y matar a la chica mas hermosa que él haya visto? Quería encontrar al culpable, torturarlo a él, al padre de Julieta, a la policía que no estuvo presente. En su mente florecían sonrisas y cuchillos atravesando algún cuerpo extraño, frases que volvían su historia única, deseos de venganza, de muerte, de acechar y mutilar a quien haya sido pero hacerlo!. Una y otra vez usaba su puño como una daga contra las paredes, la cama, el piso. Enhebraba una idea tras otra: ¿habría sido un amigo de su padre, un enemigo? ¿un ladrón? ¿un amante que ella haya tenido? ¿Y su amigo? O ese que decía ser su amigo más íntimo. Tal vez la había amado desde siempre y se cansó de que ella nunca le de una oportunidad. O tal vez un vecino enfermo trastornado y enviciado por su belleza. O su hermano, por no prestarle la moto para salir, o algún político que quiso abusar de su poder, o un primo, o una amiga celosa con otro chico ayudándola. Quizás hasta podía haber sido el mismo, atravesando un estado de inconsciencia absoluta claro, o no.. Pensaba y pensaba: ojos verdes y cabellos claros, perfume delicado (no podía arrancar las imágenes que corrían en su mente) muerte, vacío, la piel mas suave que pudo acariciar, arrebato, impotencia, dolor, ojos verdes y cabellos claros, largos y lacios, la chica mas linda que pudo besar. Venganza, dolor, sangre manchando la alfombra, una mirada sin vida, manos frías, una risa única, un asesino suelto, alguien que se ríe a sus espaldas mientras el no hace otra cosa que morder toda su angustia a cada segundo, todos los sueños aniquilados, dolor, muerte, dolor, Juelieta... El universo entero escurriéndose por una herida de puñalada y cayendo a un pozo sin fondo. Julieta...
Un manojo de zombis caminado en círculos, todos siguen una dirección propia. Visten de blanco con largas batas. Un parque verde, soleado. Muros grises acorralando a estas almas perdidas y encontradas a su manera. Algunos no caminan, se tambalean en un mismo sitio hacia adelante y hacia atrás. Otros conversan entre si consigo mismos, sentados en bancos de madera. Walter habla solo, solo con Julieta. Le dice que su pelo es hermoso, que lo deje tocar su piel que es la más suave que jamás podría acariciar. Le pide que lo perdone por engañarla con su mejor amiga, que por favor lo perdone porque no puede vivir sin ella. Walter inventa cada noche otra historia para no aceptar la realidad. Ya no usaba sus zapatillas beige ni su remera con escote en v ni su jean preferido...
Julieta y el mejor amigo de Walter se ríen en otra ciudad.